Friday, May 11, 2007

El poeta en el Sahuaro National Park

Estas son algunas imágenes que tomé en un recorrido cerca de Tucson; no muy lejos, a unas cuantas millas de mi casa. En el Sahuaro National Park, cerca de los estudios Old Tucson donde se filmaron muchas de las películas del oeste que hacen parte de nuestro imaginario.


Esta construcción se encuentra en un viejo camino de arrieros de mulas. Al parecer un refugio para los viajeros.





En el Parque Nacional de los Sahuaros, esta carretera serpentea por la montaña. Tucson se ve al fondo.






Estamos es el Oeste. Hasta la rosa de los vientos marca hacia allá. Hace más de un siglo, los sueños de muchos se escabulleron en esta dirección.







Ahora existe una pequeña carretera, pero desde hace millones de años, el desierto ya se había trepado a las montañas.




Estos cactus se llaman sahuaros; sin pensar en el cliché de parecer el decorado de una película de vaqueros, al estar junto a ellos se puede sentir la tenacidad de este territorio agreste. Parecen guerreros levantando sus brazos a los dioses.















El sol comenzaba a declinar y la sombra del poeta se derramaba por el filo de la tarde








Con el sol del otro lado, dan ganas de sumarse a esa plegaria vegetal de brazos al cielo.



Este fue uno de los bellos momentos del día. Uno de esos que invita a regresar por siempre, como una promesa, como un recuerdo.


P.S. Algunos de los lectores ya conocerán estos paisajes; sin embargo, creo que este tipo de magia se debe compartir y recrear, con toda la intención de contagiar a quienes no la conocen y con el deseo de que renazca en quienes, ya sea por la costumbre o por la desidia, la han puesto en un lugar resguardado de la emoción.

P.S 2 Esos atardeceres me hacen recordar a los de la roja Bogotá.

Tuesday, May 8, 2007

¿Como se ama a la madre o como se ama a la novia?

Hace dos días, chateando con una amiga salió al tema el volver o no a la patria. Ayer, en medio del revuelo de la prensa colombiana, Fernando Vallejo renunció públicamente a la nacionalidad colombiana. ¿Sería cosa de la casualidad que estas dos situaciones coincidieran? Muy posiblemente no, si me pongo a pensar que aquella es una de las cosas sobre las que más se piensa lejos del país natal. Todo depende de la relación que se haya establecido con ese conglomerado innombrable que los viejos llamaban patria. Si la relación con nuestro país es inmejorable, tenemos los mejores recuerdos sembrados allí, algún amor inconcluso, tres fanegadas de tierra y alguna tumba que visitar o pertenecemos a un club social de renombre, muy seguramente el retorno es cosa de meses. Sin embargo, cuando la relación ha sido tormentosa y el amor se ha recalentado o el vinagre lo apesadumbra, si la gente a la que se le apostó está muerta o no te reconoce como un hermano, el camino de regreso se estrecha y se granula como los últimos cuadros de un filme antiguo sin restaurar.
Las sociedades sufren de enfermedades mentales como los humanos (no sé si esto lo dijo Jung, tal vez no); de la manera como resuelven sus conflictos se puede inferir su salud mental, su grado de madurez. A la pregunta de mi amiga sobre cómo sentía mi apego a Colombia, lo que se me vino a la cabeza no fue esa palabra rimbombante, utilizada ahora con gran autoridad por el señor Uribe Vélez, sino otra, más sencilla y a la vez más compleja. Para mí, lidiar con Colombia es como un noviazgo de esos difíciles de superar. No obstante siento un amor intenso y profundo, a la vez me agobia una pesadumbre cuando pienso que de todo el amor que he dado y puedo dar, muy poco será recibido y mucho menos será aprovechado. Valga la pena aclarar que no hablo del amor por mi familia y amigos, ese se renueva a diario y en cualquier lugar del mundo. El otro, el amor por mi país, sus culturas y su gente es el que duele pues, como un desengaño, la patria es capaz de darte el más profundo desamor.
Es indudable que yo amo a Colombia, aunque muchas veces pueda ser uno de sus críticos profundos e incluso coincidir en algunas cosas con gente como Vallejo. No obstante, amar a Colombia es como estar enamorado de una chiquilla voluntariosa, bella y vivaz; es como hundirse en la vorágine carnal de una Lolita capaz de engendrar deseo y llevarnos a la muerte. Quien se arriesga a ello no tiene más remedio que sufrir el vértigo de la incertidumbre y la desazón de no tener control de las circunstancias. Eso lo sentía desde hace mucho pero no vine a verlo claro hasta haber vivido algunos años separado de ella. Sus rabietas todavía me duelen y cuando leo la prensa por internet y veo que la muerte sigue socavando sus entrañas y cuando me entero que muchos de sus amantes justifican la sangre y la ignominia y minimizan el daño que han causado, siento que lo más saludable que puedo hacer es dejarla ir de mi vida como se debe dejar un amor que, aun viva la pasión, no cambiará hasta que la distancia cure las heridas. Eso lo siento porque lo que más daño le hace al amor es la pérdida de la dignidad de uno o los dos amantes.
Yo tengo lo gran fortuna de ser amigo de mis antiguos amores. Realmente disfruto de ello; es como haber vencido en última instancia y aunque el fuego haya desaparecido, el amor permanece en un estadio privilegiado. Esa es mi experiencia, aunque respeto las de los demás. De la misma manera respeto a quienes profesan ese amor incondicional, vital, inmediato y de primera mano por Colombia. Respeto ese sentimiento impetuoso que es como el de los quince años, cuando uno es capaz de morir bajo el balcón de la niña de sus ojos. Yo también la he amado de esa forma, hube de arriesgar mi vida por ella alguna vez y si las circunstancias lo hubiesen determinado, seguramente sería un héroe anónimo yaciendo en un lugar desconocido. Ahora, mi amor ha cambiado; la distancia me hace observarla en otra dimensión; su belleza se ha realzado, ha madurado un poco, es innegable; sin embargo, le falta crecer para que no devore a sus enamorados.
Entre los diferentes tipos de amor que se pueden sentir, estoy alejado de ése que ve a mi país como una madre, ése es uno artificial que me enseñaron cuando era niño para que bajara la cabeza y no mirara a los ojos de quien daba las órdenes. En mi juventud experimenté el ardoroso y lúbrico deseo de poseer a mi patria a todos sus niveles, cosa nada difícil en un país tan dinámico e impredecible. Ahora, no sé si he envejecido prematuramente, prefiero experimenta un amor un poco más sosegado, como el que se siente por una vieja amiga, a la que no se duda en dar la mano, pero que debe dejarse sola para que aprenda a manejar sus propios destinos y se embellezca con su propia experiencia. Mientras, en la distancia, este amor sigue madurando en la esperanza y en el futuro. Tal vez, ella me sorprenda y un día cercano nos encontremos y la llama reaparezca como un hechizo que se revive en un ciclo cósmico. Ese día volveremos a ser uno y no nos separaremos nunca jamás.

Friday, April 27, 2007

La llegada del poeta

Hace unos años, mis amigos comenzaron a compartir información al interior de una sociedad secreta a la que yo no pertenecía. Por aquellos días, los noventas en mi país, comenzó una revolución compuesta de recados, mensajes, fotografías y textos codificados que circulaban de alguna manera fuera de mi alcance; la interpretación de esa eclosión de intercambios se me aparecía como un levantamiento contra la manera cotidiana de decir un secreto. Eso era realmente importante y yo estaba al margen. Era como París del 68 y este pobre ser humano vagaba por las afueras de la ignorancia. Algunos, cuando me acercaba a sus corrillos callaban y otros continuaban hablando en una lengua arcana que conservaba la estructura del español pero con muchos vocablos que huían de mi comprensión apenas mencionados.
Entre las muchas maldiciones que pueden haber sido inventadas por la mente humana, la más aterradora es la del eterno retorno (creo haber leído esto en algún lugar). Hoy, a más de una década de esa experiencia de aislamiento, volví a sufrir aquel tremor interno, casi existencial, de ser excluido del conocimiento popular. La situación se repitió casi igual a la de marras. Hoy, a más de una década de esa exclusión vuelvo a tomar la decisión que hube de tomar hace más de una década para retomar el ritmo de la vida. Siempre habrá en nuestro camino algún alma piadosa que nos señale el camino aunque algunas veces no sepamos reconocerlo. Como sucedió la tarde que uno de mis amigos me sacó de la virginidad informática en que me encontraba y me dijo que si yo no tenía una cuenta de e-mail no podía mandarme los mensajes que le estaban mandando los otros, entonces me recomendó Hotmail.
El mundo del correo electrónico se abría para mí, no obstante tenía temor. En mi rudimentario inglés yo intuí que la mezcla de hot y mail era algo así como un correo caliente, una cosa sensorial, algo desfachatado y lúbrico. De allí, que sin preguntar más, pase unas semanas decidiendo si tomaba el riesgo de adentrarme en el mundo ignoto del Hotmail. Por aquellos días no era difícil confundir aquello del hot con algo sexual. Las líneas calientes habían entrado a mí país y muchos padres de familia se quejaban de kilométricas cuentas telefónicas hechas por sus hijos desde casa y que terminaban en una grabadora en Singapur. Podrá sonar muy cándido pero aquellos eran mis temores. Ahora, tras estar aislado de la blogósfera y tras haber sido invitado a adentrarme en ella, tomo la decisión de saltar del mundo del papel impreso al de la pantalla. Esta, es entonces, mi llegada a terrenos desconocidos, por tanto mis primeros pasos serán de cachorro o de inmigrante.
Este lugar, que espero sea visitado y comentado por quien lo circule, será un espacio para reencontrar tantas cosas que se refunden entre el desayuno y el regreso a casa, y otras que aparecen al escuchar una canción o dar un beso. Es decir, este espacio será mío y suyo en la medida que podamos encontrarnos a través de las líneas que acá aparezcan para desembolsillar recuerdos, reflexiones, aserciones y todo lo que se me dé y se nos dé la gana. No es más por el momento; estaremos en comunicación.
Un saludo desde el desierto de Arizona.

un laberinto entre tantos